Próximamente…

28 06 2010

«El azote de los neos»


«Mortalmente modern@s»

Get ready, modernos all around the planet…





Los muros de la vergüenza

28 06 2010

Hace ahora casi 21 años una imagen que enseguida pasaría a la historia daba la vuelta a un mundo por entonces marcadamente bipolar y conseguía mantener a media humanidad pendiente de los acontecimientos que se desarrollaban aquella noche en la penúltima capital europea dividida. La caída del muro de Berlín y por consiguiente del último reducto comunista en la Europa occidental, constituyó un punto de inflexión en la Historia contemporánea del viejo continente. Aquel día padres e hijos, hermanos y primos, pudieron abrazarse por fin tras 40 años separados de manera vil, forzosa y, por supuesto, profundamente injusta. “Todo este tiempo perdido y que ya nunca podremos rebobinar…la condena que cumplan los culpables no nos lo va a devolver” habrán pensado muchos en el momento del reencontrarse con sus seres queridos. Aquella fría noche de otoño, no obstante, el lugar era para la alegría y la esperanza; el cambio se podía sentir en el aire y millones de personas auguraban el inicio de una nueva era. Efectivamente, el mundo no sería el mismo a partir de aquel momento. Luego llegarían la caída de la Unión Soviética, el fin del apartheid en Sudáfrica…la última década del siglo XX parecía iniciarse con unas expectativas inmejorables. Sin embargo, después de dos decenios sin muro y con la guerra fría lejana y hasta casi olvidada, no podemos ni tan siquiera insinuar que el mundo que tenemos hoy sea mejor que el de 1989.


Problemas endémicos como el hambre y la sobreexplotación de los recursos continúan diezmando a la población de muchos países pobres cuya distancia con respecto a los ricos sigue creciendo, y otros nuevos, como el cambio climático (del que tan hartos estamos de oír hablar…hasta que nos toque ver con nuestras propias retinas las orejas al lobo) y el terrorismo internacional, representan retos ante los que no parece existir una determinación convincente pero que amenazan directamente la integridad de todos nosotros.

Además, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, con un turbio entramado de circunstancias tras de sí aún por aclarar, pusieron en evidencia la frágil seguridad del mundo globalizado y se usaron, por otra parte, como pretexto en Estados Unidos durante el mandato de Bush para acometer reformas legales que violan descaradamente los derechos básicos a la intimidad y la igualdad de las personas [http://johnmccarthy90066.tripod.com/id505.html].

Hoy en día, aunque no seamos realmente conscientes de ello, todavía se mantienen en pie numerosos muros que, arbitrariamente, dividen naciones, vidas e ilusiones. ¿Es que nadie recuerda ya las auténticas murallas que separan a los marroquíes de los saharauis en medio del desierto, o a los chipriotas del norte de los del sur? Por no hablar de la monstruosa prohibición del régimen castrista de que los cubanos viajen libremente al extranjero, ni de la alambrada de más de un millar de kilómetros de longitud que separa México de los sureños estados fronterizos de EEUU, ni de la siniestra zona “desmilitarizada” (y completamente infranqueable) entre las dos Coreas. Realidades más sonadas y quizá también más cercanas son la barrera en la que tantos inocentes han muerto en medio del eterno conflicto árabe-israelí, y la no menos infame verja de Melilla, encargada de marcar el límite entre el primer y el tercer mundo, entre fortuna y desdicha. ¿Acaso no son todos estos muros del siglo XXI equiparables al que dividió a los alemanes durante tantos años?

Y por si esto fuera poco, dos muros camuflados, extremadamente difíciles de derribar precisamente por su invisibilidad, se ciernen sigilosamente sobre todos y cada uno de los humanos que habitamos alegremente la faz de este planeta. Muros intangibles, estructurales, más dañinos y secesionistas que ningún otro. Los que conducen a las guerras, a los problemas endémicos que comentaba antes, al materialismo desaforado y a la exclusión de millones de personas del tren del progreso y la felicidad. Los auténticos muros de la vergüenza. Aquellos con los que firmamos un contrato indefinido cuando cada mañana nos levantamos, encendemos el televisor y decidimos no hacer nada para cambiar esta realidad de la que somos esclavos inconscientes. No deseo caer en los tópicos citando ejemplos que, en cambio, sí considero muy ilustrativos del tiempo en que nos ha tocado vivir: niños sudando sangre para fabricar nuestras deportivas a cambio de nada; tribus enteras masacradas para obtener los preciados materiales que hacen posibles nuestros folios, móviles y aviones; embarazadas a la deriva en las aguas del Atlántico en busca de trepar un poco los muros y alcanzar una vida mejor para su retoño…Y nosotros quietos frente a la pantalla, engullendo mientras observamos con cierta impotencia un reportaje sobre los críos famélicos de las favelas y nos cuestionamos porqué ha de ser así. Pues porque esos muros, que tienen nombre propio, nos dividen desde las sombras de un modo tan radical que ni tan siquiera somos capaces de unirnos y tomar la decisión real y comprometida de luchar para cambiar el panorama. Nos limitamos a culpar a unos políticos que, demasiadas veces, simplemente son la cabeza de turco al servicio de los intereses de quienes, a base de escuadra y compás, han logrado fortificar estos muros a lo largo del tiempo bajo sus fajos de billetes, su especulación bursátil y su mass media mientras parecía que todo iba a cambiar para mejor.

Considerando la urgencia de la realidad actual, no es descabellado opinar que ya no es tiempo de continuar intentando resucitar a los fracasos del pasado. Dejemos que Marx, Lenin, Milton Friedman y el propio Adam Smith reposen imperturbables y desterremos sus teorías de una sociedad cuyos rasgos y valores no son los que ellos conocieron. Para siempre. Es hora de idear, de soñar, de ser audaces, de ser capaces de esforzarnos para darle otro sentido al curso de este mundo, uno menos material, menos elitista, en el que cada cual pague justamente por sus pecados. De aprender de los fallos del pasado pero pensando en presente y en futuro. De actuar ignorando a los ineptos que nos tachen de perseguir la utopía. De ese modo, al fin podremos abrazarnos todos de nuevo porque habremos tirado, poco a poco, estos muros que nos enfrentan y nos sonrojan.





Gracias…

22 06 2010

El invierno más frío de la historia. Los nuevos rostros y, por supuesto, siempre los viejos. Los recuerdos imborrables y las decisiones irrevocables. Mis juegos de infancia. El siroco. Una partida de ajedrez. El algodón constante sobre Anaga y un plato típico canario. El sonido de la lluvia. Las apartamentadas, sus juegos picantes y el vodka negro. All The Single Ladies y el Presidente. Las prisas. Los alaridos del tráfico. El SAMUR. Un iPod pasado de moda. El ajetreo matutino y también el vespertino. Una lágrima y cincuenta sonrisas. La “línea 4” del Metro. El sol de octubre. Un café irlandés y otro bastante más yankee. Facciamo la pausina. Una desquiciada con corazón de oro que gesticula en la esquina y una italiana semidemente. Los paseos por la Rambla. El tin-tin del tranvía. Acaloradas disputas por el viaje del verano. Filadelfia… Pachangueo terrible en el cuarto contiguo y un violín de fondo como colofón. Marie Odile Pastre. No hago vida. Los dos chicos de la Calle Mayor dando motivos para la esperanza. Daltonismo y semáforos. Relatos sexuales y puntos erótico-festivos. Lise qu’est-ce que tu “dise”? Encuentros desagradables y otros para la posteridad. El dichoso pollo del Tony Roma’s. Llamadas interminables tras la ventana. “Las fotos de tu tía la de Burgos”. La alegría de la huerta. Gastar una de Negrita es cosa de dos. Rock in Rio…sin John Mayer. El olor del Atlántico a mis espaldas. La añoranza mezclada con la nieve que tiñe Madrid de anís. “Los niños de la Galdós”. La diferencia entre un presagio y una corazonada. Una preguntita rápida. Tu recuerdo. Nickelback y la tierna compañía de un poeta descarnado. Camareros argentinos, bocadillos de bacon, y otros camareros de por la zona. Quedarnos a las puertas de Kapital… Amsterdam. Los “space cakes” y sus efectos derivados. La vuelta a la rutina. El pollo de Nicanor. Gegen die Wand. Una brasileña-madrileña poco cuerda y perpetuamente feliz. El propietario anónimo y millonario de La Flor del Pan (tanto es así que se ha permitido la prejubilación). ¿¡Hola…la llama…hola!? Sorpresas bajo la lluvia. El vertiginoso paso del tiempo. Desearía que esto no acabara nunca. Una sonrisa imposible de olvidar. Los latidos del corazón. Su compañía. La perpetua búsqueda de la felicidad.

Ha sido un año increíble. Gracias a tod@s ustedes.

=)





Los (verdaderos) renglones torcidos de dios

22 06 2010

El silencio compunge el aire de la estancia. Es el silencio de un llanto ahogado, de una vida hecha trizas; también el silencio de la confianza perdida y de un infierno inesperado. Lo llena todo. Las ojeras y la palidez de su rostro destapan demasiadas noches de desvelo constreñido, de sueños que asaltan sin piedad, de recuerdos horripilantes que la mente de un niño a duras penas es capaz de asimilar como ciertos. El panorama es atroz. Desde el extremo opuesto de la mesa, su madre le observa preocupada a la par que resignada. Hace ya rato que ha terminado su postre, mientras el plato de su hijo de 9 años continúa enfriándose, resistiéndose a ser comido. ¿Cuánto tendrá ella que esperar para enterarse de la pesadilla que está viviendo su primogénito? ¿Habrá éste tan siquiera tomado plena consciencia de lo ocurrido? ¿Cuánto tarda un niño en superar un trance de semejante alcance y en decidirse a contarle al mundo su situación? Lo único seguro es que las heridas son profundas y las marcas de sus cicatrices no se borran jamás.

Con desgana, rebaña lentamente el filete en la salsa, pero sabe que el nudo en su estómago le impedirá digerirlo sin sentir náuseas. Entonces se acuerda de aquel que, según le han enseñado, tanto sufrió. Como él ahora mismo. Se aferra a su imagen y a su palabra. Y no alcanza a entender lo que pasa. Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Su fe se tambalea y, esta vez, el dedo de la culpa apunta a la parroquia del barrio.

Por fortuna, en medio de las circunstancias más angustiosas siempre hay alguien dotado de alguna clase de virtud extraordinaria (la cual tal vez debiéramos trabajar y adquirir todos) que le confiere el valor para alzar la voz y denunciar la injusticia y el horror silenciados, en demasiadas ocasiones, por el miedo al poder. En los últimos meses y años personas así son las que han hecho posible el fin de la impunidad de aquellos que, amparados por una jerarquía eclesiástica cómplice y frívola, tanto daño habían estado infringiendo a quienes menos preparados estaban para soportarlo.

Pero aquello que convierte a la lacra de la pederastia en el seno de la Iglesia en un hecho tan repulsivo no es sólo el “mero” delito, de los más deleznables en sí mismos, o ni tan siquiera quiénes lo cometen (aquéllos que se suponen llamados por dios para vivir según la palabra de Jesús, predicar el amor fraternal, apoyar al más débil), que ya es decir, sino el silencio cómplice y el afán de la Iglesia de Roma y de muchos de sus adeptos por mantener una imagen de pureza y buena fe ante una masa de fieles e infieles que, en la mayor parte de los casos, son perfectamente conscientes de la podredumbre que, cada día más, se apodera de las paredes y de los mismos cimientos del Vaticano. La gente juzga a la vista de los hechos, y que Benedicto y compañía quieran callar una verdad que afecta a tantos críos inocentes no puede generar más que repugnancia hacia una institución que, de continuar en sus trece, acabará cayendo por su propio peso. Los escándalos la salpican en todos sus flancos y los casos polémicos (obviamente, no sólo de pederastia) se reproducen desde las diócesis más remotas del mundo hasta la mismísima cúpula de Miguel Ángel. Su última perla, la publicación de un documento en el diario oficial el día siguiente al fallecimiento de don José Saramago dedicándole una serie de “lindezas” que bien le podrían haber dicho en vida y que sólo vienen a corroborar la nefasta opinión que el nobel portugués siempre expresó sobre la Santa Sede [http://www.elpais.com/articulo/cultura/Portugal/llora/Vaticano/ataca/elpepucul/20100620elpepucul_5/Tes]

La jerarquía eclesiástica debe dejar de intentar lavarse la cara y comenzar a limpiarse el alma. Juzgar menos al resto y juzgarse más a sí misma, y actuar en consecuencia; darse cuenta de que la maldad, la desviación, la degeneración, no la albergan esas personas a las que siempre ha juzgado dura e injustamente como tales sino que, precisamente, algunos de esos renglones torcidos de dios, los verdaderamente defectuosos, encuentran cobijo en su amparo. Ya no les vale, a fieles e infieles, aquello de poner la otra mejilla. O quizás sí les valga una vez, pero no una tras otra, sin cesar, porque eso sería alimentar la impunidad. Y, a pesar de que no se advierte una mínima señal que anuncie un cambio de vientos, ni hasta ahora la Iglesia ha ejercitado la sabiduría de la rectificación, ni la misericordia, ni la piedad, y mucho menos la justicia, al final es cierto que la esperanza es lo último que se pierde. Por eso, después de todo, confío en que una renovación profunda y a medio plazo de la Iglesia y de sus valores es lo único que podrá salvarla, pues a fin de cuentas todo se está precipitando y muy pocos razonables (los cuales, por suerte, son la mayoría) están hoy dispuestos a esperar eternamente, impasibles. Aunque también es cierto que después de tantos siglos no puedo evitar el convencimiento de que estoy defendiendo una utopía.

En cualquier caso, esta Iglesia necesita cambiar irremediablemente desde su mismo núcleo, con el apoyo de sus seguidores y sin más demora, apartándose para siempre de sus adeptos extremistas; necesita asumir responsabilidades asegurándose de que cada cura, cardenal, obispo o arzobispo pederasta es debidamente procesado y castigado; necesita adaptarse a un mundo cuyos valores esenciales son la libertad, la igualdad, el laicismo y la justicia y en el que la esfera religiosa no debe inmiscuirse en la vida pública y política de los Estados y sus ciudadanos. Y quienes no quieren ver esta necesidad real, o bien son unos fanáticos completamente retrógrados (a menudo carentes de cualquier escrúpulo), o bien viven demasiado seducidos por la existencia de un dios todopoderoso y la promesa del paraíso y, en consecuencia, sumisos. Alimentemos, pues, el odio de los primeros, y sigamos suministrando opio a los segundos, opinarán desde los despachos del Vaticano. Todo sea por la Salvación.